La Ciudad

La feria de la subsistencia: aseguran que ya son 1.500 los manteros de Plaza Rocha

Todos los martes y viernes, un espacio verde de la ciudad deja de ser sinónimo de juego y distensión, para pasar a ser la foto de una ciudad que lidera el podio de la desocupación en el país. El municipio endureció los controles.

por Julia Van Gool

@juliavangool

Es viernes al mediodía y la plaza está desbordada. Los feriantes no solo están ubicados en el perímetro, también los hay debajo de los árboles, a los pies del monumento y en cuanto banco aparece entre la gente. De hecho, cualquier espacio vacío, por más inaccesible que esté para los potenciales clientes, ya fue ocupado por alguien que acomodó una manta en el piso, sacó su bolso y comenzó a desplegar su contenido en los metros de tela -y tierra- que ese día adquirió como propio, pero que no sabe si lo hará mañana. Cerca de las 14, ya no entra ni un alfiler.

En Plaza Rocha, y más precisamente en la manzana entre la avenida Luro y las calles Dorrego, 14 de Julio y San Martín, todos los martes y viernes de 8 a 18, un espacio verde de la ciudad deja de ser sinónimo de juego y distensión para pasar a ser la foto de una ciudad que lidera el podio de la desocupación en el país.

Lo que empezó hace más de seis años como un punto de encuentro para sesenta mujeres que acordaban trueques de artículos usados por una página de Facebook, terminó, con acuerdo con el municipio mediante, en lo que uno de sus “fundadores”, Mingo, llama la “feria de la subsistencia”.

“Hoy creció mucho y cada vez más gente viene a vender hasta lo que tienen encima. Estaremos llegando a los 1.500 feriantes, sin duda”, dijo el hombre, en la recorrida que LA CAPITAL hizo por el lugar. Un simple paseo, en cualquiera de los dos días, permite aseverar que el número que estiman no es disparatado. Tampoco lo es la frase de que venden “hasta lo que tienen encima”.

Según los últimos datos del Indec, el 12,8% de la población de Mar del Plata está desempleada. El dato, fuerte y categórico, posiciona a la ciudad no sólo 3,7 puntos por encima de la media nacional, sino -junto a Gran Rosario- en el primer puesto de desocupación en el país. En Plaza Rocha aseguran que esto no los sorprendió, lo ven todos los días.

“Este es un trabajo que nos inventamos nosotros porque no encontrábamos otro o el que teníamos no alcanzaba. Acá la gente viene para subsistir, esta es la feria de la subsistencia, la gente vende para conseguir algo de plata y comprar la comida del día. Nadie hace ‘negocio'”, señaló Daniel Bastone, otro de los feriantes que hace ya más de cinco años concurre al lugar.

Sin tablones ni gazebos

Una mujer espera sentada en el suelo su primera venta del día, que aún no llega. El reloj ya marca las 14.30 y en la manta esperan nuevos dueños un salero de juguete a $2, un jean usado a $20 y unas zapatilla desgastadas a $50. También hay una pava de aluminio chica a $30, una campera de algodón con los puños desgastados a $40 y un almohadón que alguna vez supo ser cómodo a $20.

Pese a los bajos precios, en Plaza Rocha todo se puede regatear. Quienes compran necesitan que sea barato y quienes venden necesitan juntar lo suficiente como para comprar la comida del día.

“Acá nadie se hace rico, un día muy bueno -que ya casi no existen- te volvés a casa con $500. Hay algunos que te dicen que hacen $1.000, pero yo no les creo”, cuenta Mónica (52). Su puesto (ahora devenido en una simple manta) está sobre la calle 14 de julio hace cerca de tres años. Ese día, su nuera, de 22 años, la acompañó para ver si podía vender algunas remeras que ya no usaba. La venta no viene bien y se lo adjudican, en primer lugar, a la difícil situación económica (“la gente no tiene plata ni para comprar cosas usadas”, dice) y, también, al último operativo de la Municipalidad. “Eso hace que la gente no quiera pasar y mirar”, asegura. Y agrega: “Hoy parece que está lleno, pero hace una semana era mucho peor, no había lugar ni para pasar caminando. Algunos se fueron y no volvieron, quizás por miedo”.

El pasado 22 de marzo Inspección General, y su titular Emilio Sucar Grau, llevó adelante un mega operativo que revolucionó los ánimos en la zona. Secuestrados todos aquellos artículos y productos no autorizados (prendas nuevas y fabricadas en serie, comida, electrónica o de dudosa procedencia), el área sumó una restricción más: la utilización de sillas, tablones y gazebos.

 

Según trascendió, la decisión obedeció a la sospecha que la provisión de estos artículos originaba un negocio paralelo en el que los feriantes, como condición para vender en el lugar, debían alquilar las estructuras a un único “proveedor”. Al menos las personas consultadas por este medio desmintieron esta versión. El Ejecutivo lo sostiene y no parece tener previsto revertir esta decisión por el momento.

Según indicaron feriantes consultados por este medio, los elementos eran facilitados por una única persona, pero no eran de carácter obligatorio. Los tablones estaban a $40, los gazebos a $100 y las sillas $10. El pago te permitía usarlos todo el día. Hoy todo es manta y tierra, algo que incomoda a muchos.

“A la mañana, una chica trajo la ropa impecable y hace un rato tuvo que levantar y sacudirla toda, se le llenó de tierra. Ahora tiene que gastar en lavar la ropa, para volver a traerla el martes que viene”, dice María Elena (70). A su lado, Susana (46), que presenta una discapacidad por un problema en una de sus piernas, muestra su silla de plástico. “Tuve que pedir que me traigan una porque no puedo estar parada tantas horas”, dice. Delante de ella, una manta con diez prendas de ropa: cinco remeras, un jean, un saco de hilo, dos calzoncillos infantiles y una musculosa.

Este lunes un grupo de feriantes se movilizó hacia el Palacio Municipal para pedir que se levante la restricción y se permite el armado de estructuras. Pidieron, también, la retirada de agentes policiales de la plaza. Según ellos, una fuerte presencia de la fuerzas ahuyenta a los clientes.

Los números que tienen cara

Según datos del Indec, en Mar del Plata hay 40.000 personas sin trabajo, 67.000 tienen empleo pero que buscan otro y 54.000 están subocupados, es decir, trabajan menos de 35 horas semanales por causas involuntarias y están dispuestos a trabajar más horas. También hay 157.000 pobres (que no logran abastecer necesidades básicas) y 41.000 indigentes, que ni siquiera tienen lo suficiente como para comprar comida.

Esta situación de extrema necesidad empuja a miles de personas a buscar alternativas para subsistir. La más accesible -y no por ellos más fácil- es la venta callejera.

La improvisación de la tarea puede percibirse al observar los objetos que son expuestos para su venta o trueque. Son pocos los que siguen una coherencia o rubro (vender solo libros o solo ropa o solo vajilla): la mayoría vende un ‘popurrí’ de cosas usadas que van rotando, incluso, por la propia feria.

Algunos venden lo que llevan encima. Mientras LA CAPITAL dialogaba con María Elena, una jubilada con la mínima que vende artesanías que ella misma hacía en un tiempo pasado en el paseo costero, su nieta, de 19 años y que ese día la había acompañado, se aleja al ver que una mujer se acerca a su manta.

“¿El buzo negro de algodón? Si, está a la venta. Está $40”. La interesada en la prenda saca su billetera, paga, guarda el buzo en su mochila y se va. La joven regresa y cuenta que esa prenda la había usado hasta la semana pasada. La abuela toma la recaudación, la guarda en un monedero color café y responde a la pregunta de la cronista: “¿Qué si siento que cada vez viene más gente? Si, por supuesto. Yo vengo hace seis meses y todos los días hay alguien nuevo”.

En Plaza Rocha, los números de desocupación y pobreza tienen nombre y cara. Allí, tienen su propio Indec, y se mide por cuántos espacios libres quedan para poder tirar una manta en el piso y ponerse a vender.

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